Por César Cárdenas Los epitafios siempre me han parecido pretenciosos. La ambición de los seres humanos se hace presente aún después de su muerte, en algunos casos, con una frase condensadora sobre las mejores cualidades, ironías o desventuras de su efímera e intermitente existencia (o con un ataúd lindísimo, una urna estilosa e incluso una despedida a lo grande, surrealista y sui generis , acompañada de mariachis o marimba; pero hoy me encuentro en la urgencia de hablar sobre el primer irónico caso de palabras sobre las lápidas mordaces). Mis ideas cascarrabias vienen a colación por la iluminada llegada de dos eventualidades a mi vida: la lectura asombrada de Música de cañerías y el descubrimiento del lecho mortuorio de su autor, Charles Bukowski, indecente y polémico destructor alemán de las “buenas costumbres” yanquis del siglo XX. Después de una cátedra ortográfica, topé pared con una frase ácrata : “Don’t try “, que refuerza las ideas que la antología de ...
Rarezas para el trotamundos indiscreto.