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Ociosos billetes

 


Por César Cárdenas

“¡Hay tantas cosas en la vida más importantes que el dinero! ¡Pero cuestan tanto!”, decía el comediante neoyorquino Groucho Marx, y no tengo dudas sobre la veracidad de sus palabras. En esta ocasión, estimados lectores y con motivo de esta maravillosa frase, quisiera exponer ante ustedes una problemática monetaria para ilusionistas: ¿qué pasaría si el dinero perdiera, de pronto, todo valor y pasara a un inexistente segundo plano?


Más allá de pensar en si podríamos quedarnos o no sin servicios básicos, me gustaría profundizar más en el manejo del tiempo. Una gran parte del tráfico dejaría de existir, no habría prisa por llegar a ningún lado. Algunos locos seguirían produciendo materiales creativos por mera pasión, pero el estrés de grandes urbes como la chilanga, se vería casi extinguido.


Habría más tiempo para discutir, para amar. Desaparecerían los coitos mañaneros raudos porque no habría jefe al cuál presentarle excusas; los humanos se preocuparían más por la calidad de sus relaciones, por la intensidad; dejarían, paulatinamente, la mitomanía, habría declaraciones de amor por todos lados, las avenidas se convertirían en centros recreativos para automóviles.


Aunque al principio, seguramente, habrá resistencia y la raza humana se podrá ver acorralada al verse obligada a dejar muchos de sus vicios; será necesario encontrar nuevos lugares para desfogar las ansias del cigarro a la mitad del turno laboral, no habrá más romances de oficina, inflaciones que puedan afectar a las bolsas del mundo; hablamos del final de una cultura entera.


En algún punto alguien podría tener la curiosa idea de revivir el trueque por mera diversión; el arte sería primordial, los artistas no pararían de trabajar para entretener y educar a las nuevas desempleadas y ociosas masas. El cine estaría abarrotado, los conciertos serían incontrolables, la comida no pararía de ser producida, los recursos estarían al alcance de todos y todos cuidarían de ellos porque verían con sus propios ojos la devastación que puede traer el exceso.


Los servicios de salud tendrían una disminución de pacientes mentales, pues la depresión y la ansiedad estarían bajo control a falta del estrés laboral. Se escribirían más de 5 mil libros de filosofía por año, dejarían de existir películas de bajo presupuesto y nadie pelearía por ser el primero porque, de todos modos, no ganarían nada si lo fueran.


Si no se preocuparan por el dinero, los seres humanos podrían detenerse a observar las gotas que se esconden en los arbustos tras las lloviznas matinales que se presentan en ciertos momentos del año. Habría tiempo para tratar de asimilar la mortalidad, para pensar en lo que nos espera del otro lado del ataúd, para pensar en nosotros más allá de la vestimenta o los lujos.


Habría tiempo de hacernos uno con la naturaleza de nuevo, de entablar lazos con los animales que están alrededor, incluso de salir con libretas y lápices para apuntar los cuestionamientos sobre el funcionamiento de las cosas que se ven todos los días. No habría tensión por bañarse inmediatamente después de estar debajo de la lluvia o por comprar vestidos, camisas y corbatas diferentes para cada día de la semana.


Podríamos tomarnos el tiempo de caminar hasta donde se encuentra la gente con la que queremos comunicarnos, podríamos rodear, tomar los caminos más largos, prescindir de los pases V.I.P porque todos podrían tener acceso a lo mismo y se preocuparían por ver otras cosas en los eventos, por cuestionarse sobre otros elementos más importantes que un palco.


Así, sin preocuparse por el dinero, parece que la humanidad podría dejar de ser tan inhumana.


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