Por César Cárdenas
Woody Allen, poseedor de un alma añeja embelesada por las mieles de aquellos que tuvieron aspiraciones artísticas, presentó en 2011 su célebre filme Medianoche en París; sobre las alocadas impertinencias de Gil Pender un guionista hollywoodense prospecto a novelista enredado en una relación prematrimonial asquerosamente superficial.
Las farolas parisinas alumbran el desastre dimensional que aleja de la rutina pasiva a Gil; viajando entre diversas líneas temporales encontrará lo que su novela necesita y las herramientas necesarias que le permitan salir de un estilo de vida tan asfixiante como los comentarios pesimistas de su prometida.
Así, Allen nos acerca a T.S.Eliot, Hemingway, Fitzgerald, Picasso, Buñuel, Dalí, Lautrec, Degas, Gauguin y Gertrude Stein; todos involucrados en una de las preguntas recurrentes a lo largo de la historia de la humanidad: ¿Cómo diablos saber cuál ha sido la mejor época de creación artística?
Entre la Belle Époque (con sus cabarets y la masificación de expresiones como el cine entre 1871 y 1914) y la Generación Perdida (a inicios del siglo XX, con sus cuestionamientos morales y su pesimismo tras la Gran Guerra y otros episodios como el Crack de la Bolsa), Allen permite que los artistas aconsejen a Gil sobre el arte de compaginar ideas en una composición escrita; da pie al fan service del mundo ñoño y romantiza la locura alucinante del protagonista, un ser necesitado de verdadero sentido vivencial y de algunas lecciones sobre historia de las ideas universales.
El mortal que se esconde tras las palabras de este sitio se sintió identificado con el protagonista del filme de 93 minutos de Allen, porque le hubiera encantado haber nacido a principios de los cincuenta en la Ciudad de México, para experimentar con visión adolescente los horrores de Tlatelolco, el degenere de Avándaro, el romance de los boleros de oro y la sangre imparable del Halconazo.
Sería maravilloso tener la oportunidad de observar a aquella joven Elena Poniatowska, recabando datos para su libro periodístico sobre la matanza estudiantil o a Luis de Alba tras las rejas, mientras sus compañeros tapizaban las calles con las consignas del movimiento en contra del confinamiento de los detractores del régimen prinosaurio.
No habría poder humano que pudiera separar al humilde e idealista redactor de estas líneas de: los primeros acordes de las canciones retadoras de Three Souls in my Mind, las presentaciones bohemias de los tríos musicales, las funciones cinematográficas de matiné, las películas de ficheras o los programas conservadores de la televisión mexicana de época.
Aunque la belleza es representada por Allen con citas célebres, discursos inspiradores y conversaciones profundas sobre la muerte filosófica, no permite que la arquitectura parisina se quede atrás, utilizando los primeros tres minutos con cuarenta segundos para regalar una secuencia de paneos sobre los lugares más célebres de Francia, que más que postales, representan lo que parece ser la posibilidad que tiene el cine de saciar el capricho visual y arquitectónico que poseen los seres humanos.
Si se trasladara la historia a la ya mencionada urbe mexicana, habría que recurrir a sitios como el Bosque de Chapultepec, bello por su secrecía agreste, específicamente a lugares como el Cárcamo de Dolores en el cuál estuvo involucrado el maestro Diego Rivera o el Palacio de Bellas Artes, controvertida y majestuosa obra del arquitecto italiano Adamo Boari o bien la enigmática Casa Azul de Frida Kahlo, escondida entre las calles de Coyoacán.
El audiorama de Chapultepec, la Biblioteca Vasconcelos, el Polyforum, el Kiosco Morisco, Ciudad Universitaria, la lista es extensa y abarcaría más minutos que los que Allen asignó para la ambientación, aderezada con algunos instrumentos metálicos de viento, de su anecdótico sueño parisino.
En contra del amor que todo lo puede y a favor de la singularidad, Allen rescata las necesidades humanas, valiosas y enrarecidas hasta el punto anterior a la extinción, de la apreciación artística, el arte del asombro y el romance frente a la cruel vida.
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